Desde que pisé por primera vez un
salón de clases en la universidad me dieron la tarea de ubicar la arquitectura
dentro de algún área del quehacer humano, como si de su clasificación
dependiera el trabajo de un profesional en la vida real. Varios años después, con mucha más
experiencia que entonces, creo que mi decisión primera fue la correcta.
Cada espacio, lleno o vacío,
tiene una utilidad… unos han sido reprogramados por el ser humano para cumplir
su cometido y otros permanecen en su forma natural o porque el hombre no ha
llegado a ellos o porque así debe ser.
Ese espacio, esa nada o ese todo que nos rodea, sirve para una función
determinada que le hemos dado: los habitamos diariamente haciéndolos nuestros,
viviéndolos de acuerdo a un infinito de sensaciones y experiencias que nos deja
cada uno o, algunas veces, sufriéndolos porque no tenemos la opción de alejarlos
de nosotros, como un mal necesario.
Una playa virgen, que sólo por definición dejaría de serlo cuando la piso, es un espacio por sí solo y su utilidad puede ser recreativa, deportiva, contemplativa o en su situación natural, un ecosistema que debe existir para lograr una armonía cósmica maravillosa que ni con la física cuántica hemos logrado entender. No tiene ni diseño ni arte ni sirve necesariamente al ser humano pero es un espacio y es espectacular, aún sin describirla; no importa el color o textura de la arena, no importa si el agua es fría o caliente, no importa si la vegetación es desértica o tropical… todos tenemos una imagen en nuestra cabeza con sólo escuchar su nombre y esa imagen se convierte en un conjunto de emociones con un significado muy particular para cada uno de nosotros.
Esa cualidad sin nombre... |
En la ciudad, sin importar cual
sea, en cualquier plancha de concreto y asfalto que se sembró como las semillas
mágicas de Jack, todos tenemos un lugar favorito: nuestra casa, una plaza, un –horrible–
centro comercial, un rascacielos que toca las nubes en cada atardecer. Ese espacio lo habitamos, lo vivimos, lo
hacemos nuestro, lo transformamos y nos transformamos con él, logrando un
vínculo mágico que nos define como seres “urbanos”. Ese espacio sí fue diseñado; es la conjunción
ordenada de una serie de elementos que se dispusieron de una manera determinada
para que pudiéramos habitarlo; tiene un objetivo claro: satisfacer una
necesidad espacial para que podamos realizar en él al menos una actividad
específica.
Pero no todos esos espacios
diseñados son mágicos. Esos males
necesarios, que seguramente pudieron tener mejores alternativas, crean también vínculos
con nosotros, sea de repudio o malestar, y los sufrimos pero de igual manera
habitamos. Su diseño puede ser el
correcto, como una silla de restaurante de comida rápida que debemos desalojar
para dar paso a un próximo cliente, o puede ser el incorrecto, como una cocina
en la que cada vez que preparamos la sopa la derramamos en el piso. ¿Pero entonces la arquitectura es sólo buen o
mal diseño?
La arquitectura es diseño porque
soluciona una necesidad, porque es –o debería ser– fruto de un proceso
inteligible en el que se toman decisiones congruentes con una realidad
existente, haciendo uso de la experiencia espacial, de las habilidades
tridimensionales y de la creatividad –o tristemente en muchos casos, de la
capacidad de copiar y pegar soluciones propias y ajenas– para hacer que un
espacio sea lo más confortable posible y desarrollemos nuestras actividades en
él de la manera más cómoda, eficiente, irreprochable y sustentable.
Pero la arquitectura es mucho más
que eso. Cuando como arquitectos aportamos sentimientos y no sólo procesos
intelectuales, dotamos cada espacio de propiedades y características únicas e
irrepetibles que lo elevan a lo sublime.
Ese espacio que nos atrae, que nos llena de vida, que tiene un significado
especial para nosotros, no puede simplemente ser un diseño, debe ser arte. Y el arte le viene por la manera de
expresarse y unirse al ser humano, por el especial acomodo de elementos que nos
llena de sensaciones y sentimientos, por el tener una parte del ser humano en
él.
JPV
Considero que en efecto la “arquitectura” como tal debería englobar mas de lo que en ocasiones representa, debería ser mas solución que problema y mucho mas goce que enojo, sin embargo creo que el problema radica en dos cosas principalmente, el miedo ,y la necedad.
ResponderEliminarMiedo tanto de los clientes que a veces por “ moda” o por ignorancia efectivamente solo “copian” lo que ven por ahí aunque ello no se acerque a su gusto o ni siquiera cubra sus necesidades, miedo de los profesionales que a veces no se dejan llevar por las ideas de esos clientes y en lugar de pulir y mejorar esos sueños a veces optan por lo que ya esta escrito y de pronto te encuentras zonas urbanas que parecen aburridas maquetas.
Necedad de clientes que no aceptan recomendaciones o sugerencias óptimas de los profesionales que seguramente pudieran germinar en un mejor proyecto, creyendo que pagar es sinónimo de hacer solo lo que ellos quieran, olvidándose a veces de funcionalidad, diseño y ni hablar de ese arte, necedad en los profesionales que a veces pecan de soberbios y no se permiten seguir aprendiendo y en el trayecto continuar el proceso natural del ser humano, ser curioso e innovador.
Creo que trabajando al menos un poco en estos temas podría mejorarse el trabajo y realmente acercarse a descubrir el verdadero arte que sigue “virgen” y oculto, sin duda no todo se ha dicho, y mucho menos se ha construido pero hay que ser creativos sin dejar de ser realistas, hay que ser profesional sin llegar a ser quisquilloso.
T.S.
Thania, definitivamente la arquitectura -tanto diseño como construcción- se ha convertido en un elemento más de cambio que se representa en nuestro mundo tan neoliberal con el signo de pesos. De esta forma, las personas que contratan nuestros servicios esperan obtener lo que quieren y como lo quieren, sin importar el daño que pueden hacer al medio natural, al contexto construido y muchas veces a ellos mismos al cambiar su forma de vida por caprichos espaciales. En nuestro caso, estamos formando un equipo multidisciplinario que nos permita trabajar directamente con nuestros clientes y con sus agentes inmobiliarios para poder transmitirles toda la experiencia posible para diseñar mejor arquitectura y por ende mejores ciudades. En la medida que todos nos unamos para compartir nuestros conocimientos, podremos lograr mejores resultados; cuatro manos jamás harán lo mismo que 2.
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