El anuncio del nuevo aeropuerto de la ciudad de México como parte del Programa Nacional de Infraestructura durante el Segundo Informe presidencial de este sexenio, nos deja muchas cosas que pensar. De todo se ha dicho últimamente y cada quien tendrá de acuerdo a sus intereses –o poder adquisitivo– un medio de comunicación con el cual se inclinen a favor o en contra del proyecto, respondiendo a los intereses de los fondos que cubren los sueldos de nuestros “reporteros. En el país que vivimos hoy, debemos reconocer que las noticias de este gran proyecto, como de cualquier tema de interés nacional, nos llegan con un velo muy oscuro que cubre todas sus irregularidades e inconsistencias.
Imagen del Proyecto del Nuevo Aeropuerto. Presidencia de la República. |
Hablar del problema del aeropuerto actual de la Ciudad de México, no es nuevo. Desde finales de la década de los ochentas ya era un asunto de preocupación: si la mancha urbana absorbió el aeropuerto por terribles errores de planeación, si la demanda supera la capacidad de las instalaciones, si las pistas son insuficientes y obsoletas para el número de vuelos y modelo de los aviones para vuelos comerciales… de todo eso se ha hablado desde el pasado. En 1991 se generó un gran proyecto denominado Plan Metropolitano de Aeropuertos, que se complementó en 1995 con la Ley de Aeropuertos, en el que se habla de no crecer ni buscar nuevas localizaciones sino de aumentar las atribuciones de las instalaciones cercanas para generar un sistema de Hub y Spokes, como funciona en otras ciudades del mundo.
Generar un aeropuerto central (Hub) que es alimentado y desconcentrado por aeropuertos más pequeños (Spokes) que están conectados por eficientes e inteligentes sistemas de transporte, suena interesante y viable. Desarrollar el proyecto ayudaría a planear anticipadamente lo que pasará en unos años con la megalópolis mexicana, en la que se unirán las manchas del Distrito Federal, Toluca, Cuernavaca, Pachuca, Querétaro, Tlaxcala y Puebla –cosa que cada día se acerca más a ser una preocupante realidad–, pero con los instrumentos necesarios para no enfrentarnos a un problema lejano sino a soluciones pertinentes y temporalmente adecuadas. El mayor problema: la concesión de los aeropuertos a empresas privadas; con este proyecto, Aeropuertos y Servicios Auxiliares de Gobierno Federal perdería atribuciones y tendría que “regalar” un poco del gran negocio de la aeronáutica comercial, sin importar que existiendo ya las instalaciones para hacerlo, sigan siendo grandes “elefantes blancos” que difícilmente llegarán a desarrollarse, siquiera a su capacidad actual, por una obsesión centralista que se refleja en todas las decisiones y actividades de nuestro país.
Lo más curioso de este gran sistema es que los trenes ligeros para comunicar al menos algunas de las ciudades de la próxima megalópolis, ya están en proceso. Vamos a invertir como mexicanos una fortuna en sistemas de transporte que van a reducir tiempos de recorrido para seguir generando ciudades dormitorio dependientes del Distrito Federal, con visiones tan centralistas y sesgadas que no permitirá tener infraestructura local o empleo. Colocar nuevas redes que comuniquen las principales ciudades del centro del país tendría que venir con una planeación adecuada y estricta en lugar de implementarlas caprichosamente; es decir, tener una visión real a futuro y no sólo solventar problemas con mecanismos que en pocos años traerán aún más problemas al país.
Y en esta ausencia de planeación, el aeropuerto es la cúspide de los errores en los caprichos gubernamentales. Ni Francisco Olvera con la Ciudad del Conocimiento en Pachuca o Rafael Moreno Valle con el Parque de Diversiones en Cholula o con las nuevas oficinas para Gobierno del Estado o con la Estrella de Puebla en Angelópolis o con el Museo Barroco diseñado por Toyo Ito, tendrán el impacto tan terrible de colocar infraestructura sin la planeación adecuada. Este nuevo proyecto –y su inversión– sin duda será lo más extraordinario del sexenio y nos pone ridículamente a la par de Hong Kong, Beijing o Dubái, cuando creo que nos falta aún mucho camino para poder competir si quiera en un aeropuerto con ellos; es increíble que con la problemática social y económica que existe actualmente en el país, pasamos de lado los problemas reales para únicamente abordar el “cómo nos ven a los mexicanos desde afuera”, sin preocuparnos por cómo nos vemos nosotros mismos al interior.
De lo malo, lo bueno: el proyecto “ganador” responde a un especialista en aeropuertos. No cabe duda que Sir Norman Foster sería el candidato ideal para participar en este proyecto –aunque no entiendo aún la participación de Fernando Romero en el mismo– y nuevamente la transparencia de los procesos federales en este país queda en tela de juicio con el manejo tan nepotista de los recursos que aportamos todos los mexicanos con nuestros impuestos. Con la poca información que nos han dado a cuentagotas y al interés de Presidencia de la República, el proyecto está completamente fuera de escala y con un simbolismo que se interpone en las diferentes presentaciones; si es una letra, si es un águila, si es la representación contemporánea de nuestro escudo nacional… lo que sí queda claro, es que será una obra emblemática que no resolverá los principales problemas del país y nos costará poco más de $1,000.00 a cada uno de los 120 millones de mexicanos, dinero que podría utilizarse para otros fines menos caprichosos.
Finalmente el proyecto del nuevo aeropuerto está en marcha y al parecer poco podemos hacer, la decisión está tomada. No nos queda más que esperar e irnos documentando, en la medida que nos lo permitan, que el resto del proceso de ejecución sea claro y no paguemos 3 veces más por esta obra como lo hicimos con la famosa Estela de Luz… que si sucediera en esta ocasión, seguramente la subasta de los terrenos del actual aeropuerto podrían financiar parte de la nueva obra, ¿o alguien ya sabe para qué se utilizarán en un futuro?
JPV
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