Un poco de cielo |
La ciudad tiene signo de pesos,
sin duda. Como valor finito representa
un producto de cambio en el que todos anhelamos realizar transacciones al menos
una vez en nuestra vida, con ese deseo intrínseco del ser humano por poseer al
menos un pedazo de tierra para sentir que pertenecemos a una colonia, a una
ciudad o simplemente a una forma de habitar.
Y en nuestra forma de hacer ciudad la ubicación siempre importará, la
segregación y estratificación social las representamos en planos con el nombre
de Planes de Desarrollo… como Sandra Rinomato en su programa Property Virgins
nunca se cansó de recalcar “location, location, location!”.
Tenemos un trauma post-Le
Corbusier que no nos ha dejado aplicar nuevas formas de hacer ciudad (al menos
en México) y en 2014 seguimos haciendo ciudades de 1933, regidas por una
arcaica Carta de Atenas que a pesar de haber sido replanteada desde 2003 al
parecer no ha mermado en los ámbitos arquitectónicos y urbanos. Pero desde separar el trabajo arquitectónico
del urbano es un trabajo que no hemos hecho; tenemos ingenieros civiles
proyectando ciudad, arquitectos proyectando drenajes pluviales y urbanistas…
bueno, el país tiene licenciados, maestros y doctores en urbanismo haciendo
algo, porque en la ciudad aún al menos yo, aún no los veo.
Romper el paradigma de lo que se
hace y lo que se debería hacer no debería ser tan difícil cuando todos al
parecer lo sabemos. Cambiar vistas a la
bahía por bardas, planchas de estacionamiento sin paisaje ni vegetación,
tiendas de autoservicio con espectaculares anuncios luminosos o edificios que
no respetan la tipología de la región, son sólo algunos de los elementos que
nos estamos acostumbrando a ver, convirtiendo vialidades tan espectaculares
como la Transpeninsular que conecta San José del Cabo con Cabo San Lucas, en
una copia más del periférico o viaducto de la Ciudad de México. ¿Será eso lo que los locales, turistas y
extranjeros deseamos ver en Los Cabos?
No se puede solucionar algo que
no está descompuesto – aún – pero si podemos encaminarlo a descomponerse muy
pronto o a mejorar considerablemente.
Las acciones arquitectónicas y urbanas deberían, sin duda, tener
criterios de mejorar lo que ahora tenemos en una especie de acupuntura urbana
preventiva; conscientes que las grandes acciones gubernamentales serían
innecesarias si los ciudadanos (propietarios, inversionistas, desarrolladores,
arquitectos y toda la población en general) actuamos comprometidamente y nos
hacemos responsables por la parte que nos corresponde, sobre todo en una región
en la que el desarrollo urbano y el crecimiento de las manchas urbanas supera
por mucho la capacidad de las autoridades por darle frente al tema tan complejo
“de la ciudad” y los privados somos los que en realidad hacemos urbanismo.
Tenemos mucho por hacer y cada
acción por pequeña que sea, cuenta… podría decir que las acciones más pequeñas
son las que más contribuyen a hacer ciudad: sembrar un árbol frente a mi casa,
regarlo y podarlo; prender todas las noches esa lamparita de la entrada, tirar
la basura en el contenedor sólo el día que el camión la recoge, construir y
cuidar la banqueta de mi casa. Cuidar
nuestros espacios es tarea de todos y se requiere mayor sentido común e interés
que dinero para lograrlo. Y como parte del grupo de “especialistas” que
intervienen en la ciudad, las acciones definitivamente tienen que ser mucho más
tangibles y esperanzadoras: proponer la reutilización de aguas grises, utilizar
muebles de baño ahorradores, proponer sistemas vernáculos para aprovechar las
bondades del clima antes que utilizar caros sistemas de fuerte requerimiento
energético, evitar el uso de materiales contaminantes y buscar la manera de
reintegrar al medio ambiente el daño que la mano del hombre genera sobre él.
Hace unos días aproveché el atardecer para salir
a caminar un rato. La inercia al vivir
en playa me llevó al mar y pude disfrutar un rato en la marina; la manera como
la arquitectura te envuelve en un corredor peatonal lleno de usos y actividades
para locales y foráneos en un ambiente sano es indescriptible. Sentirte parte de un lugar que tiene tantas
cosas que ofrecer y día a día se va complementando con más diversidad de
personas, de lugares y sensaciones, es una de las mejores situaciones a las que
te puedes enfrentar. Tomar un café
mientras llega el anochecer y a través de las palmeras lograr ver las nubes en
el cielo es algo que todos deberíamos disfrutar al menos una vez en la vida…
pero conservarlo, debería ser tarea de todos día a día.
JPV
JPV
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