martes, 2 de septiembre de 2014

La ciudad que esperamos

Un poco de cielo


La ciudad tiene signo de pesos, sin duda.  Como valor finito representa un producto de cambio en el que todos anhelamos realizar transacciones al menos una vez en nuestra vida, con ese deseo intrínseco del ser humano por poseer al menos un pedazo de tierra para sentir que pertenecemos a una colonia, a una ciudad o simplemente a una forma de habitar.  Y en nuestra forma de hacer ciudad la ubicación siempre importará, la segregación y estratificación social las representamos en planos con el nombre de Planes de Desarrollo… como Sandra Rinomato en su programa Property Virgins nunca se cansó de recalcar “location, location, location!”.

Tenemos un trauma post-Le Corbusier que no nos ha dejado aplicar nuevas formas de hacer ciudad (al menos en México) y en 2014 seguimos haciendo ciudades de 1933, regidas por una arcaica Carta de Atenas que a pesar de haber sido replanteada desde 2003 al parecer no ha mermado en los ámbitos arquitectónicos y urbanos.  Pero desde separar el trabajo arquitectónico del urbano es un trabajo que no hemos hecho; tenemos ingenieros civiles proyectando ciudad, arquitectos proyectando drenajes pluviales y urbanistas… bueno, el país tiene licenciados, maestros y doctores en urbanismo haciendo algo, porque en la ciudad aún al menos yo, aún no los veo.

Romper el paradigma de lo que se hace y lo que se debería hacer no debería ser tan difícil cuando todos al parecer lo sabemos.  Cambiar vistas a la bahía por bardas, planchas de estacionamiento sin paisaje ni vegetación, tiendas de autoservicio con espectaculares anuncios luminosos o edificios que no respetan la tipología de la región, son sólo algunos de los elementos que nos estamos acostumbrando a ver, convirtiendo vialidades tan espectaculares como la Transpeninsular que conecta San José del Cabo con Cabo San Lucas, en una copia más del periférico o viaducto de la Ciudad de México.  ¿Será eso lo que los locales, turistas y extranjeros deseamos ver en Los Cabos?

No se puede solucionar algo que no está descompuesto – aún – pero si podemos encaminarlo a descomponerse muy pronto o a mejorar considerablemente.  Las acciones arquitectónicas y urbanas deberían, sin duda, tener criterios de mejorar lo que ahora tenemos en una especie de acupuntura urbana preventiva; conscientes que las grandes acciones gubernamentales serían innecesarias si los ciudadanos (propietarios, inversionistas, desarrolladores, arquitectos y toda la población en general) actuamos comprometidamente y nos hacemos responsables por la parte que nos corresponde, sobre todo en una región en la que el desarrollo urbano y el crecimiento de las manchas urbanas supera por mucho la capacidad de las autoridades por darle frente al tema tan complejo “de la ciudad” y los privados somos los que en realidad hacemos urbanismo.

Tenemos mucho por hacer y cada acción por pequeña que sea, cuenta… podría decir que las acciones más pequeñas son las que más contribuyen a hacer ciudad: sembrar un árbol frente a mi casa, regarlo y podarlo; prender todas las noches esa lamparita de la entrada, tirar la basura en el contenedor sólo el día que el camión la recoge, construir y cuidar la banqueta de mi casa.  Cuidar nuestros espacios es tarea de todos y se requiere mayor sentido común e interés que dinero para lograrlo. Y como parte del grupo de “especialistas” que intervienen en la ciudad, las acciones definitivamente tienen que ser mucho más tangibles y esperanzadoras: proponer la reutilización de aguas grises, utilizar muebles de baño ahorradores, proponer sistemas vernáculos para aprovechar las bondades del clima antes que utilizar caros sistemas de fuerte requerimiento energético, evitar el uso de materiales contaminantes y buscar la manera de reintegrar al medio ambiente el daño que la mano del hombre genera sobre él.

Hace unos días aproveché el atardecer para salir a caminar un rato.  La inercia al vivir en playa me llevó al mar y pude disfrutar un rato en la marina; la manera como la arquitectura te envuelve en un corredor peatonal lleno de usos y actividades para locales y foráneos en un ambiente sano es indescriptible.  Sentirte parte de un lugar que tiene tantas cosas que ofrecer y día a día se va complementando con más diversidad de personas, de lugares y sensaciones, es una de las mejores situaciones a las que te puedes enfrentar.  Tomar un café mientras llega el anochecer y a través de las palmeras lograr ver las nubes en el cielo es algo que todos deberíamos disfrutar al menos una vez en la vida… pero conservarlo, debería ser tarea de todos día a día.

JPV

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