El abandono de los centros
históricos y los posteriores intentos por rehabilitarlos en nuestro país – como
en el mundo – parece una realidad imposible de evitar. El crecimiento periférico desparramado,
orientado tanto a los desarrollos residenciales como de interés social en los
que se favorece la movilidad vehicular y el establecimiento de grandes centros
comerciales y tiendas de autoservicio, pareciera más atractivo para la
población que revivir la magia que tiene nuestra historia aún con el riesgo de
perder la identidad que nos hace a todos, sea por nacimiento o adopción, parte de una misma localidad. Y no se trata sólo del abandono físico y
desvalorización del contexto histórico que conlleva la demolición, destrucción
y modificación irremediable de los edificios emblemáticos con los que como
comunidad contamos, sino de cómo esas actitudes que tomamos hacia el patrimonio
construido se permean hacia la forma como deseamos vivir, desechando los
valores y principios que nos fueron enseñados desde pequeños.
En México el proceso de abandono
de los centros históricos y barrios tradicionales tiene su mayor auge a partir
de 1950 cuando los desarrollos periféricos entran al deseo popular, invitando a
la población a asentarse en zonas exclusivamente habitacionales divididas por
poderes adquisitivos. Los inmuebles
desocupados pierden paulatinamente su valor por la falta de interés de la
población y el escaso mantenimiento, quedando en manos de los habitantes
ubicados en los últimos niveles de ingresos que dan origen a las tradicionales
vecindades de los centros históricos, de empresarios sin escrúpulos que
transforman las fachadas e imagen de las ciudades para colocar grandes
aparadores tras rejas enrollables y algunas oficinas gubernamentales que se
adueñan de los inmuebles a través de litigios derivados de intestados y
prescripciones adquisitivas.
Con las nuevas tendencias
internacionales en el diseño de las ciudades, México se ve forzado a recobrar
el interés por sus centros históricos a partir del nuevo siglo e inicia
programas de recuperación de los espacios tradicionales con una visión que en
su mayoría está sesgada al turismo.
El mejoramiento ha consistido en
la reducción de contaminación visual entubando cableado eléctrico y telefónico,
eliminación de pavimentos asfaltados por adoquines o concreto estampado, nueva
señalética y mobiliario urbano y mejoramiento de fachadas que van de su
remozamiento y pintado a la generación de falsas construcciones que no
coinciden con las proporciones ni historia arquitectónica del lugar, tratando
de generar un falso México Colonial al turismo internacional. En menor número de casos, las propuestas han
estado acompañadas de modificaciones a la movilidad y accesibilidad reduciendo
el impacto del vehículo privado mediante banquetas más amplias al nivel de las
vialidades, construcción de ciclovías y calles con preferencia al ciclista,
reducción de carriles y eliminación de estacionamiento en cordón, que sin las
propuestas adecuadas que modifiquen el transporte público, la generación de
“colchones” de estacionamiento o la construcción de centros de transferencia
multimodales que permitan interactuar eficientemente a todos los usuarios con
las diferentes interfaces viales, poco benefician la estructura general de los
espacios públicos.
Cholula, Puebla El éxito de los comercios y espacios públicos se debe a los usos mixtos, principalmente del comercio local, y a la preferencia al peatón y a los medios no motorizados de transporte |
La generación de usos de suelo
comerciales y turísticos sin duda ha reportado beneficios a la economía local,
considerando que en los barrios tradicionales existe una eficiente e
inteligente postura de beneficiar a la inversión local sin embargo, en el mayor
número de casos, la delincuencia y vandalismo no han cedido y el horario en el
que se pueden visitar los centros históricos sigue siendo reducido, viendo como
los portones de hoteles y restaurantes cierran poco después de las 10 de la
noche. Aquellos más visionarios que han
considerado mover las oficinas de gobierno fuera de los centros para ofrecer
mayor número de superficie a la rehabilitación, se han enfrentado a una
problemática aún más complicada pues los usos turísticos tienden a funcionar
los fines de semana pero el comercio también requiere usos activos que les
permitan recibir ingresos más allá de sólo sábados y domingos. Para lograr la rehabilitación integral de los
centros históricos y regresarles no sólo la vida sino la seguridad que han
perdido con el paso de los años, se requiere una visión más amplia que
considere por qué fueron tan exitosos en la antigüedad. La solución: integrar espacios de vivienda y
comercio barrial.
Si en nuestro país una ciudad ha
sido eficiente en la rehabilitación tanto de su centro histórico como de sus
barrios tradicionales, sin duda ha sido la Ciudad de México. Desde 1990 a través de la Autoridad del
Centro Histórico se generó el Plan de Rehabilitación con 4 acciones puntuales:
fortalecer espacios públicos, infraestructura y equipamiento; reverdecer
árboles, parques y azoteas; revitalizar movilidad, vivienda y comercio popular;
y conocerlo mediante la creatividad colectiva, un nodo tecnológico y una
plataforma digital. Para ello se han
invertido, con fondos de diferentes programas de mejoramiento urbano, más de
16,500 millones de pesos y se ha logrado que más de 8,000 personas regresen a
vivir al perímetro principal del centro adicional a los programas de
mejoramiento de vecindades que han convertido los “tugurios” capitalinos en
condominios para población en situación de vulnerabilidad, erradicando la
exclusión social y evitando que mediante procesos de especulación del suelo por
parte de inversionistas y desarrolladores, se elevara el valor del suelo y
quedara en manos de la población con mayores ingresos o extranjeros.
La mayor parte de la resistencia
para la rehabilitación integral de los centros históricos radica en el deseo de
comerciantes e inversionistas, principalmente del sector turístico, de generar
“calles bonitas” para los visitantes en lugar de espacios funcionales para la
población. Desgraciadamente en nuestro
país la imagen colectiva del comercio barrial es denigratoria y clasista,
viendo a los pequeños establecimientos locales como manchas en la imagen de la
ciudad que deben erradicarse en lugar de proponer creativamente su inclusión en
la ciudad tradicional a la que además pertenecen históricamente. Junto con las tantas galerías de arte,
restaurantes, hoteles, tiendas de artesanías, platerías y espacios para el
turista, es necesario generar vivienda y comercio barrial que reintegre a la
población a los centros históricos y logremos no sólo espacios rehabilitados
como odas al buen gusto sino espacios funcionales y llenos de vida donde reine
la seguridad y la convivencia.
JPV
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